El Club de Reparadores comenzó a tomar forma en Buenos Aires en noviembre de 2015. La idea se inspiró en otras iniciativas similares en el mundo, como los Repair Cafés de Amsterdam en 2009 y las Restart Parties de Gran Bretaña.
Julieta Morosoli es una de las fundadoras del Club junto a Melina Scioli y Marina Pla. Y define su sentido como una forma de combatir la cultura de lo descartable, el consumo desmedido y la obsolescencia programada. La iniciativa despertó inmediato interés y se ramificó en Buenos Aires, Río Negro y Córdoba en Argentina y Montevideo en Uruguay.
Contó que los encuentros que organiza el Club involucra a personas que tienen la intención de volcar sus conocimientos para «que suceda la magia de la reparación». Se hace una selección de rubros, como costura y electrónica. También se suman otros más complejos como lutería o reparación de calzado.
Uno de los motivos que define la identidad del club de reparadores es el compromiso con el cuidado del medio ambiente. “Es el artículo 41 de la Constitución Nacional, que promueve un ambiente sano. Todos tenemos el derecho pero también el deber de cuidarlo. Nos pone de los dos lados de la ecuación”, apuntó.
La generación de este espacio sucedió porque sus creadoras -que venían de trabajar en el tema del reciclaje- entendieron que era mejor hacer foco en alargar la vida útil de los productos a pensar a dónde tirarlos. Apenas la gente conoció la vida del club, llegaron pedidos para replicarlo en otras localidades. Entonces se conformaron grupos de reparación independiente que reciben la asistencia del equipo fundador para organizar los encuentros.
Los productos que consumimos parecen durar cada vez menos tiempo y están diseñados de tal manera que es imposible siquiera abrirlos, los fabricantes no ofrecen manuales ni repuestos a disposición de los consumidores. Y la excesiva oferta de productos baratos fabricados con mano de obra esclava hace que repararlo sea más costoso que comprar uno nuevo.
“La idea es que la persona que trae algo para arreglar, se involucre. No es dejar los zapatos e irte”, aclaró y agregó que es importante generar un círculo virtuoso alrededor de la reparación, conectar con todos los oficios vinculados al producto. “Esto promueve el trabajo de los reparadores barriales, clave para una economía circular”, señaló.
El Club recibió desde su nacimiento premios de la Shuttleworth Foundation y de la Fundación Ambiente y Recursos Naturales; fue reconocido por la Cámara de Comercio argentino-británica por su trabajo en el campo de sustentabilidad y también fue declarado de interés en la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires.
Julieta destacó que no somos conscientes de la huella ambiental que generan algunos productos, como los aparatos eléctricos y electrónicos. “Especialmente el proceso que hay detrás de su producción, la cadena genera un gran impacto ambiental y social, desde la extracción hasta la venta”, explicó. Para el club, reparar extiende la vida útil de las cosas evitando que se conviertan en residuos. Y en ese sentido, es un acto de sustentabilidad.