“El podio para mí es el abrazo de la gente cuando hacemos entrega de lo recaudado a instituciones que lo necesitan”, confesó Sebastián Armenault a medios locales en la previa del Ironman que se corrió en Bariloche en 2019. En esa oportunidad convirtió cada kilómetro recorrido en una ayuda concreta para el Centro de Día del barrio Dos de Abril y el merendero del 28 de Abril.
Sebastián utiliza los retos deportivos para transmitir un mensaje positivo. La consigna es que cada kilómetro en una competencia represente una donación a un grupo determinado de personas que lo necesitan.«Yo quiero mostrar que en la vida, cuando uno encuentra su lugar, cuando hacés lo que te apasiona y lo hacés con el corazón y dándolo todo, es un orgullo», define.
En su familia el deporte estuvo siempre presente. El rugby protagonizó siempre su juventud junto a sus tres hermanos. Con el paso del tiempo, las prioridades cambiaron y abandonó la actividad física. «Un amigo me invitó a correr. Al principio hice dos kilómetros y estaba muerto, pero después me animé a más, por una superación personal», recordó. Se preguntaba con tono de reproche cómo antes podía jugar dos tiempos de 40 minutos al rugby y ahora no podía correr 15 minutos sin parar.
Con 40 años empezó a correr y se dio cuenta que ganar era hacer cada vez más kilómetros. Descubrió que esa era su forma de transmitir el mensaje que siempre quiso: «superarse es ganar». Corrió los 170 kilómetros del desierto de Oman y se dio cuenta que eso era lo que lo apasionaba. Renunció a su trabajo y encendió el proyecto que hace vibrar su vida.
Ese proyecto consiste en que cada kilómetro que hace se transforme en donaciones para las personas que más lo necesitan. «Ahí es donde yo me siento campeón del mundo», destacó con orgullo y recordó que cuando corrió los 250 kilómetros del Desierto del Sahara, llegó 733. «Fui de los últimos y doné 3 desfibriladores, 3 electrocardiógrafos, 3 respiradores artificiales, zapatillas, leche en polvo, cereales y anteojos recetados; donación que significó más U$D 50.000.
Su historia de superación y solidaridad sumó más capítulos. En noviembre del año pasado logró completar su última gran aventura. Recorrió un rally de más de 3.000 kilómetros por el desierto de Sahara, en Marruecos en la prueba Panda Raid.
Junto a su amigo Enrique Pochat, armó un precario Fiat Panda y lo transformó en un 4×4. Fueron los primeros argentinos en completar la exigente competencia. “Esos 3.000 kilómetros se transformaron en los materiales para construir la casa de Rosa y el merendero”, dijo orgulloso.
Ya lo habían intentado en 2020, pero la pandemia de Coronavirus interfirió en el recorrido. Cuando llegaron a Almería para cruzar a Marruecos, cerraron la frontera y debieron regresar 1200 kilómetros con una carga de decepción.
Cuando Sebastián recorre las historias vinculadas a las donaciones, le cuesta detenerse en alguna en particular. “Hay tantas necesidades”, resopla. Y después de un silencio meditado, rescató la imagen de un comedor en donde, en su entrada, decía que no había leche. “Poder decirles que van a tener leche por seis meses, después de una carrera, es una alegría inmensa”, dijo.
Y también recuerda siempre la historia del abuelo de 92 años que se acercó, lo abrazó y le preguntó si sabía cuál era su sueño. Luego de un breve silencio le confesó que era poder leer el diario todos los días; tenía sus anteojos vencidos hace 20 años. “Me lo dijo con la mirada llorosa, eso me impactó”.
Su tarea recibió múltiples reconocimientos.Fue declarado vecino ilustre de Vicente López, ciudadano ilustre de la Provincia de Buenos Aires, embajador de la Bandera de la Paz. Además, Sebastián fue recibido por el papa Francisco a quien le pudo entregar en mano su libro “Superarse es ganar”. Y tuvo un encuentro con el padre Opeka en Madagascar a quien también le regaló un ejemplar.
El ultramaratonista solidario recibió la medalla de oro, Premio René Favaloro al Deportista Solidario Argentino, entregado por el Senado de la Nación Argentina.
En las conferencias de prensa, Sebastián pregunta quién ganó. «Siempre quedo último, pero me siento campeón del mundo porque mi podio es volver al país y recibir el agradecimiento de los que ayudo. Cuando me abrazan, siento que agarro el trofeo más grande que puedo levantar».