Indagar en Álvaro da muchas satisfacciones. Es un personaje necesario.
Así sintetiza Matías Saccomanno, realizador audiovisual, la experiencia de haberlo conocido en Camerún. Con el paso del tiempo compartido nació el cariño, la admiración y la amistad.
Matías trabajó en dos documentales sobre la experiencia de Álvaro Neil, el hombre que decidió abandonar en 2001 su trabajo de oficina e iniciar un recorrido por el mundo durante 13 años arriba de su bicicleta y provocando sonrisas con espectáculos gratuitos.
“La decisión de renunciar a mi trabajo fue tomada con la intuición”, cuenta Álvaro desde España. Dice que te das cuenta de eso porque sentís un vértigo, es como cuando te enamoras, te revuelve el estómago. “Pierdes los cimientos. Cuando sigues ese camino, vuelas. Precisamente porque has perdido los cimientos. A veces la gente quiere volar sin levantar los pies del suelo. Y eso es imposible”.
Durante la vuelta al mundo, llevó su espectáculo gratuito de clown a cárceles, orfanatos, refugios, hogares. Para Álvaro, la risa que tallaba en el rostro de la gente era lo que tenía que hacer. “Lo hacía donde había una necesidad y colaboración para hacerlo”.
Matías contó un episodio memorable en Yaundé, la capital de Camerún. Asistieron juntos a un hogar de día que era liderado por un cura italiano. “Al anterior lo habían matado ahí adentro”, recordó y aclaró que si bien Camerún es el país de África central más estable en términos políticos, la gente vive al día. No saben si al día siguiente van a comer. La desigualdad es brutal.
Recordó que ese día había mucha tensión cuando entró Álvaro, los chicos tenían hambre, no había ánimo para nada. Entonces comenzó con un acto en el que infla un guante, y hace que exprime uno de los dedos y llena un pocillo con leche. “Los pibes se volvieron locos”, destacó Matías. Les cambió el día, “y con el tiempo se seguían acercando y me saludaban porque recordaban ese show. Fue increíble”.
“Ojo, no todo el que viaja por el mundo vuelve cambiado”, aclara Álvaro que -apunta- tuvo la suerte de hacerlo durante 13 años. En los primeros tiempos del viaje, cuando lo invitaban a comer, le preguntaban qué quería, y él respondía sin dudarlo: ¡paella!. Con el paso del tiempo ya no decía eso. “Me da igual”, devolvía convencido. Y su bebida favorita dejó de ser la cerveza para convertirse en el agua. “Esa transformación la provocó el viaje. Me enseñó que el ser humano es único, no hay seres humanos”, reflexionó.
Matías vive en Bariloche (Argentina) y tenía 32 años cuando estuvo en Camerún. Estaba desilusionado con la época, quería conocer a un filósofo. Y en esa búsqueda apareció Álvaro. Lo acompañó a los espectáculos que hacía y aclara que esos lugares no eran muy seguros. “El contacto era increíble, lograba arrancar una sonrisa en gente que hacía meses no reía. Decía que la risa es un derecho que todos tenemos”.
“Si ves solo la realidad de tu país, no ves más que diferencias. Pero si te elevas sobre tu país y miras la tierra flotando en el negro universo, no vas a ver ni una frontera”, señala Álvaro y concluye: “Yo me convertí en un ciudadano del mundo”. Ahora que estudia filosofía -lo hace hace 3 años- descubrió que los estoicos hablaban de ser cosmopolita, ciudadanos del mundo. “Era estoico y no lo sabía”, lanza y sonríe. Su último libro se llama ‘Principios estoicos para vivir con serenidad’.
Matías hizo un documental sobre Álvaro que se llamó ‘Un payaso se cruzó en mi camino’ cuando ambos coincidieron en el país africano. Luego, en Bariloche trabajaron juntos sobre el material reunido para su segundo trabajo audiovisual -Contagiando alegría- que refleja el viaje a Corea, Australia y Japón.
En repetidas oportunidades, la gente le preguntó a Álvaro cómo hizo con el dinero para poder afrontar un viaje por el mundo durante tanto tiempo. “Publiqué libros, escribí en una revista, ahorré. Y además, vivís con poco. Podes hacerlo con 300 euros al mes. Y con eso hoy no pago cuota de autónomos. Es más fácil y económico vivir viajando. Eso sí, no duermes todos los días en tu casa. Quizá un día te toca debajo del puente”.
Álvaro se arregló con poco y eso, admite, fue una imposición del recorrido. Dice que tuvo un comportamiento muy ‘consumista’ “porque estuve con el mismo pantalón hasta el final. Y con la remera hasta que se rompió”. Lo otro -apunta- es acaparar. Y el problema de la gentes es que no consume, acapara. “Con unos zapatos, vives. Y no piensas si azules o marrones, te dedicas a pensar otras cosas o algo más difícil: a no pensar”.
El biciclown piensa que por el influjo de las noticias tan negativas, el mundo parece que es muy malo. Y él tiene una receta para aclarar el panorama: a las personas que te dicen que la gente es mala, pregúntale: ¿tu has viajado o te has quedado en casa?. Asegura que “la vida es un laboratorio, no podemos limitarnos porque alguien nos dijo que algo no es bueno. Vivimos con prejuicios porque no confiamos en nosotros mismos”.
Matías reconoce que ver el cambio de destino que hizo Álvaro es como un salvavidas a tener en cuenta en esta sociedad capitalista que creamos. A pesar de todo, siempre tenemos la posibilidad de seguir el camino que queremos. “Él tiene eso de medicina porque la sonrisa exterior también es interior”, resume.
Por eso, indagar en Álvaro da muchas satisfacciones.