Khalida Popal nació en Kabul, Afganistán, y aprovechó el fútbol para descubrir su vocación.
Desde muy chica jugó, salía a la calle para sumarse a partidos improvisados. Esa era su alegría, hasta que la sociedad la detuvo. «Me decían que lo mejor era la cocina. Tenía que prepararme para ser la sirviente de mi futuro marido», recordó en Aprendemos Juntos.
Decidió cuestionar estos mandatos y no se rindió. Es que -asegura- la cultura depende de la gente y «si me dicen que el fútbol es cosa de hombres, yo puedo cambiarlo». Khalida sumó mujeres y así se inició un movimiento que se encendió en su colegio con otras niñas. «No era solo perseguir el balón, quise aprovechar para desafiar el sistema y el relato sobre las mujeres. Pude visibilizar las dificultades que tenemos».
La propuesta de Khalida llegó a otros colegios que sumaron más equipos de fútbol. Y a pensar de que les decían que no podían jugar, jugaban. Nada pudo impedir que se convirtiera en la capitana de la primera Selección Nacional Femenina de Afganistán. «El fútbol me ayudó a encontrar mi vocación y salir de mi zona de confort», definió y aclaró: «yo solo entro a una cocina cuando tengo hambre».
La constitución de la selección permitió dar voz a las mujeres silenciadas de su país, además de las conquistas deportivas.
«Si yo no me rindo, mi experiencia puede servir de ejemplo para que mujeres vean que es posible. Y alguien tiene que asumir el riesgo. Yo puse en riesgo todo lo que tengo»
Cuando la nombraron presidenta de la Comisión de Fútbol Femenino su voz adquirió mucha fuerza. En esa etapa el fútbol femenino había empezado a ganar notoriedad en el país. «Hablábamos y jugábamos abiertamente. Entonces pensé que estábamos ganando la batalla», contó.
En 2021 tuvo que irse de su país por las repetidas amenazas de muerte a ella y su familia. Huyó a India y vivió como refugiada en Dinamarca donde fundó Girl Power, una organización que trabaja por los derechos de las mujeres y minorías a través del deporte.
«Mi vida estuvo en peligro, recibía llamadas, mensajes. Tenía 22 años y me amenazaban para que parara con las denuncias», recordó. Para ella siempre hay que pagar el precio para generar cambios. «Si yo no me rindo, mi experiencia puede servir de ejemplo para que mujeres vean que es posible. Y alguien tiene que asumir el riesgo. Yo puse en riesgo todo lo que tengo». Ese paso no fue fácil porque tuvo que vencer la depresión entre otros varios enemigos.
Dice que existe un relato muy negativo en torno a los refugiados que viven angustiados por el pasado, por el drama de lo ocurrido, y también por el exceso de información. «Dicen que los refugiados venimos a quitar el trabajo, los hogares, que somos unos vagos. No quiero quitarte el trabajo, solo quiero sobrevivir y poner mi vida a salvo».
Khalida lideró un equipo internacional de abogados, mediadores y ex jugadores que gestionaron las peticiones de asilo en distintos países para quienes integraban los equipos de fútbol femenino. Gracias a estas gestiones se pudo salvar a cerca de 300 personas. Hoy la asociación colabora con Right to Dream, una academia que ofrece oportunidades a jóvenes en el fútbol y otros deportes.
También brinda conferencias en la FIFA, UEFA, Naciones Unidas y Conferencias de la Paz y Deporte para continuar su mensaje sobre la defensa de los derechos de las mujeres.
Khalida está convencida de que la educación y el deporte pueden fortalecer la sociedad y unir a la gente. Con estas herramientas se puede abordar los retos de nuestras comunidades y encontrar soluciones a temas como la igualdad de género, el medio ambiente, la sostenibilidad y la violencia.
«El deporte y la educación pueden aportar consciencia y así conocernos mejor para descubrir nuestra vocación y saber para qué estamos en este planeta».