Ricardo Preve cuenta historias. Dice que prefiere las que están protagonizadas por gente que no tiene voz. O de la gente cuya identidad borrada.
“Somos contadores de historias más allá de la tecnología. Por eso el cine es profundamente humano, define el cineasta, fotógrafo y activista argentino desde su casa en Charlottesville en el estado de Virginia.
Sus trabajos buscan alumbrar realidades que se esconden. Hizo tres documentales sobre el mal de chagas. Uno de ellos -Chagas: un asesino silencioso- fue para la cadena internacional de noticias Al Jazeera con el patrocinio del futbolista Leo Messi. “Mostrar a los médicos que luchan, eso me motiva mucho. Siento que es una oportunidad de mejorar la realidad de nuestro país y otros países a través del cine”, comentó.
Recuerda de inmediato una situación que vivió mientras filmaba en la capilla del Hospital de Niños de Buenos Aires. Cuenta que estaba sentado y ve a una monja que rezaba durante el rodaje. Se acercó, le agradeció por estar y se disculpó por el tiempo ocupado en el lugar. “No, no”, lo interrumpió y continuó: “la que tiene que agradecer soy yo porque tengo mal de chagas y me pasé la noche rezando para que podamos encontrar una cura”. Eso -dice- lo fulminó.
Preve buscó hacer visible el mal Chagas y ayudar a encontrar una vacuna o medicina que cure definitivamente la enfermedad.
Su relación con el cine se inició en 2001 por su amistad con el director Fernando Spiner. Se acercó a él después de que lo despidieron de su trabajo en una empresa papelera. Fernando estaba trabajando en ese momento en la película Adiós querida Luna. “Me preguntó que estaba haciendo y le dije que nada. Eso fue un viernes. Y el lunes ya empecé a trabajar con él”.
El siguiente paso importante para Ricardo fue sumarse al equipo de National Geographic TV. Dice que en esa experiencia aprendió todo. Su recorrido como cineasta fue intenso, visitó 80 países en 20 años por el cine.
Para Ricardo, lo más importante es tener una historia para contar. Historias de personas que no tuvieron la posibilidad de hacerlo incluso en estos tiempos cuando asoma con presunta estelaridad la Inteligencia Artificial. Cuenta que en Cannes vio máquinas que ya están haciendo películas sin que nadie se las pida.
El algoritmo termina siendo la llave para generar el contenido que hoy interesa. “Incluso nos van a cambiar el título de director por curadores de arte digital, porque el arte lo va a hacer la máquina”, contó y admitió que este escenario le provoca una profunda tristeza porque “el proceso de crear arte vale más aún que el producto terminado”.
Su última película es un documental, se llama Algún día en algún lugar. Son historias de vida de inmigrantes latinoamericanos. El film se pregunta por qué lo hacen, qué sucede en el viaje y qué pasa cuando llegan a Estados Unidos. Existe cierta hipocresía, advierte Ricardo, porque se dice “que se vayan pero la sociedad los necesita”. Son eslabones fundamentales de la economía norteamericana.
Para Ricardo su trabajo es vital. Contó que hace algunos años perdió a una de sus hijas y está convencido de que pudo sobrevivir gracias al cine. Ahora también da clases a chicos y chicas de escuela secundaria, considera que es un arte que tenemos que salvar. “Me gusta mucho pensar que futuras generaciones van a poder tener esta oportunidad que solo regala el cine”.