Sebastián Blasco representó a su colegio en la atractiva Copa Coca Cola 2003. Contaban con un muy buen equipo, así que no fue extraño verlos subir escalones en la competencia. El premio prometido era jugar en el estadio Azteca de México. Nada mal. En la instancia final, estaban superando al rival por un tranquilizador 2 a 0. La cabeza de Sebastián ya estaba en el avión con destino internacional pero un empate empezó a retorcer sentimientos. En una atmósfera espesa debió patear un penal decisivo para continuar con vida en la gran competencia. “Me invadió un gran temor y la tiré afuera”, recordó. Un hecho que parece menor aunque significó mucho en su vida.
Sebastián Blasco es psicólogo deportivo y conferencista. Publicó el libro ‘Detrás del deportista; la realización personal como victoria’. Y dialogó con Vivian ‘Lulú’ Mathis en el programa radial Pausa.
“Ese episodio me marcó mucho. Fue una confrontación con mi vulnerabilidad. Ese arco simboliza las heridas narcisistas. Y a nadie le gusta aceptar el error”, comentó sobre el penal errado cuando tenía 15 años.
Su libro y las conferencias se refieren a una transición que estamos viviendo en el deporte. Del paradigma de la presión, “que es muy eficaz aunque nos representa costos personales muy grandes”, a otro que pone el foco en la realización personal.
«Reclamamos permitirnos ser más humanos, aceptando las equivocaciones y asumiendo la vulnerabilidad»
“Esta nueva etapa es impulsada por los propios deportistas. Eso es muy interesante y puede ser transferido a la vida en general. El deporte es un recorte parcial de ciertos esbozos culturales. Podemos encaminarnos hacia un lugar de realización personal, de sentido, de disfrute, de contacto y emocionalidad”, definió.
El psicólogo considera que, en este proceso, la pandemia significó una bisagra. “Reclamamos permitirnos ser más humanos, aceptando las equivocaciones y asumiendo la vulnerabilidad”, señaló y agregó que eso nos permite ser más compasivos; “quizás ese camino nos lleve a ser una sociedad más fraterna”.
Además de psicólogo, Sebastián es cocinero, su otra gran pasión. Recuerda que tenía que hacer un pionono para un examen. Nunca le había ido mal en ninguna de las carreras. Y en esa prueba sí. Ese día la gente que pasaba por la facultad de gastronomía vio a un joven cocinero que no paraba de llorar. “Una escena muy de Woody Allen”, recordó sonriente y agregó: otra herida narcisista. “Estas experiencias me permitieron comprender mejor a los deportistas”, reflexionó.
El mundo del deporte está repleto de frases que, considera Sebastián, están regidas por un optimismo desenfrenado, como “no hay nada imposible”. Dice que esa idea se nutre del concepto de que todo depende de nuestra intencionalidad, y no es real. Puedo intentarlo con todo mi ser y encontrarme con limitaciones internas y externas.
“Eso lleva a la frustración y a un riesgo aún más grande que es pensar que no hay límites. No ser consciente de la vulnerabilidad me paraliza”, definió. Él lo llama el síndrome de Netflix porque la oferta es tan inmensa que me invade la ansiedad por qué elegir. En cambio, dar cuenta de los límites “es una estructura que me sostiene, me da dirección, resguardo y me allana el camino”. Por eso, nuestra versión más original es la que reconoce y acepta los propios límites.
Dice que en estos tiempos está muy de moda el imperativo de la felicidad. Y la vida -asegura- no está para ser feliz, está para ser vivida. Convivimos con una inmensa variedad de emociones.
Por eso cree que no hay mejor padre, formador que aquel que muestra su sombra. De esta forma, damos lugar que nuestros hijos se permitan transitar esos lugares. Y que comprendan que los errores forman parate del aprendizaje.
Sebastián escribió el libro porque se nutrió de la experiencia de sentirse atravesado por la presión. Se encontró en algún momento de su historia transitando momentos exigentes como el penal errado o el pionono fallido.
Se ilusiona con la idea de que en los próximos Juegos Olímpicos empecemos a ver que las marcas ya no se mejoran, pero tenemos personas más felices. En definitiva, menos superhéroes y más humanos.