Por Lorena Direnzo
«¡Me cierra!, ¡me cierra!, ¡me cierra!… ¡A correr!», grita con desesperación Manuel Flores, un brigadista del Servicio de Protección y Manejo del Fuego en Chubut, mientras corre. La cámara de su teléfono celular queda encendida y muestra una lluvia de pavesas que caen extremadamente cerca. Ya es de noche. De golpe, se escucha: «¡Salimos!», seguido por un suspiro claramente de alivio. La imagen vuelve a encuadrarse y esta vez, queda congelada en el fuego quemando el bosque. Se escucha incluso el avance de las llamas en el sudoeste de El Bolsón.
Tres brigadistas de Chubut fueron convocados para prestar servicio en la localidad vecina. Circulaban por el sector de «La Aguada», ingresaron en un camino de ripio rumbo a la Pampa de Mallín, totalmente desconcertados por el avance descomunal del fuego.
En un momento, el camión en el que se trasladaban debió frenar por la intensidad del humo, en medio del bosque. Manuel decidió bajarse del vehículo para registrar las crecientes llamas. Cuenta que «un fuego avanzaba por la derecha y otro, por la izquierda, un tanto más lejos». De pronto, se produjo un remolino de humo y viento y vio un foco secundario a pocos metros. Decidió correr porque «el fuego es traicionero».

«Estaba filmando para saber cómo avanzaba el incendio, entender su comportamiento, en la zona de Mallín y en dos minutos, me encerró el humo. Fue desesperante. No se podía trabajar mucho. No podíamos meter a la gente en la cabeza del incendio cuando había casas quemándose», describe este hombre de 36 años que, con solo 15, decidió ingresar como cadete en Bomberos Voluntarios en Lago Puelo.
Desde los 18 es bombero y como el oficio le apasionó, decidió seguir su camino como brigadista forestal para poder abocarse de lleno a esa actividad. No hay un por qué, ni alguna anécdota. Tampoco un familiar o conocido que lo hayan inspirado. Reconoce simplemente que siempre le gustó ayudar a la gente. «En cuanta movida se armaba para ayudar al pueblo, yo estaba ahí. Soy de la gente que le da dinero a los músicos en la calle», cuenta.
La situación de peligro extremo por la que atravesó este combatiente nacido en Bariloche que, desde hace varios años, reside en Lago Puelo es la que viven cientos de brigadistas que no tienen descanso desde diciembre. De hecho, días atrás, otros cinco brigadistas del Servicio de Protección y Manejo del Fuego, también se vieron acorralados por las llamas en Río Pico, al oeste de Chubut, al pie de la cordillera, y lograron escapar. Ejemplos hay miles, solo que no quedan registrados en videos.

La jornada arranca a las seis cuando se preparan para salir al terreno y termina a última hora del día. Se duerme apenas unas horas para volver a darle pelea al fuego. Algunos, incluso, son convocados para trabajar por las noches cuando las condiciones mejoran o se esperan fuertes ráfagas para los días siguientes que amenazan aún más el avance del fuego. Más allá del cansancio físico por el esfuerzo que demanda su tarea, cargan con una angustia extrema de ver el avance de las llamas, la destrucción de casas y la desolación de los pobladores, sus propios vecinos.
Si bien la temporada arranca en septiembre con la concurrencia a incendios menores, el 15 de enero los sorprendió un incendio voraz en Epuyén, en Chubut, que, en pocas horas, arrasó con 3.530 hectáreas, destruyéndose bosque nativo y 70 viviendas. Más de 200 personas tuvieron que ser evacuadas. Las altas temperaturas, los fuertes vientos y el material completamente seco hicieron que el incendio fuera contenido recién tres semanas después.
Lo peor no había pasado. A fines de enero, se desató otro incendio en la zona conocida como Loma de los Piches, al noroeste de El Bolsón, que todavía no da tregua a los brigadistas y ya afectó 153 viviendas en forma total o parcial. El primer día, las ráfagas del viento generaron que el fuego avanzara 9 kilómetros en solo una hora. Este dato asombró no solo a los pobladores sino también a los brigadistas.
«Venimos viendo cambios en el comportamiento del fuego desde hace cuatro años, pero nunca vimos algo con esta intensidad», reconoce Manuel. El avance es incierto. En las últimas horas, el municipio ordenó la evacuación de otro sector por prevención. En los últimos días, el trabajo de Manuel se dividió entre estos incendios a los que se sumaron focos intencionales en El Pedregoso, en la margen este del lago Cholila y Río Pico. El fuego no da descanso.
Manuel no oculta su cansancio y su molestia: «Necesitamos una ley de incendios a nivel nacional. En Chubut la tenemos porque la peleamos. Como nuestra labor es riesgosa, nos jubilamos a los 55 años, con 25 años de servicio, pero con este gobierno, ya no podemos jubilarnos a los 65 sino a los 70. De modo que Parques Nacionales y el Servicio Provincial de Manejo del Fuego no tienen ningún beneficio», comenta. También cuestiona que, en medio de la declaración de la emergencia ígnea en la región, el gobierno «corrió la paritaria para el próximo 18 de febrero»: «Necesitamos una recomposición salarial. Nos ponemos en riesgo, estamos mal dormidos y se nos está quemando todo. No damos abasto y ganamos 900 mil pesos. Arrancamos a las seis para volver a nuestras casas a las diez. No tenemos vida en esta época. Quizás si te ven muy cansado, te dan un franco, pero no reponés y al día siguiente, estamos al pie del cañón de nuevo».
La imagen del brigadista arrojando agua para contener este tipo de incendios forestales de interfase, llamados «de sexta generación», es un mito. «Nuestra función es cortar la continuidad al fuego con líneas de contención. Los bomberos voluntarios salvaguardan vidas y bienes», aclara Manuel.

Mercedes Bachfischer fue brigadista del Servicio de Prevención y Lucha contra Incendios Forestales (Splif) en El Bolsón durante 9 años hasta que en 2019 se radicó en España. Integra un programa de formación global en incendios forestales y es miembro de un equipo internacional de asistencia que ya intervino en los incendios de California, Bolivia y varios en Europa. La especialista explicó que “a medida que pasan los años, los cuerpos de bomberos no están frente a los mismos incendios que antes”. Son descriptos como “tormentas de fuego” y son el resultado del efecto del cambio climático. Un ejemplo reciente es el incendio en Las Golondrinas en 2021 que, en solo dos días, afectó 2.111 hectáreas y quemó más de 600 viviendas. La velocidad de propagación fue de 10 kilómetros por hora, lo que alarmó a los investigadores de este tipo de fenómenos. Eso mismo se repitió en los últimos dos incendios de Epuyén y El Bolsón.
Bachfischer explica que “la extinción de estos incendios va más allá de la capacidad de los bomberos. Se genera una interacción con la atmósfera que influye en el comportamiento errático del fuego y en la velocidad de propagación extrema” lo que genera grandes inconvenientes en la seguridad de combatientes.
En este sentido, Manuel detalla que su trabajo, y el de sus compañeros, consiste en hacer fajas de líneas de contención.
«Básicamente, sacamos material vegetal para dejar el suelo mineral y cortar la continuidad del fuego. Hacemos un camino. Con los cortafuegos se pierde mucha vegetación. Se te da vuelta el fuego y puede haber una desgracia. Los bomberos apagan el fuego, nosotros trabajamos mucho con herramientas manuales», indica.

Cuando se le consulta a este brigadista qué le sorprende de estos últimos incendios, no lo duda: «El comportamiento del viento. Es cierto que todos los incendios queman de distintas maneras por la humedad relativa del ambiente, el viento, el calor. Pero hoy nuestro peor enemigo es el viento porque está muy cambiante y estamos registrando ráfagas de hasta 70 kilómetros por hora que nunca se habían visto». Advierte que la intensidad del viento no es de ahora sino de los últimos meses solo que, en esta época, todo se complejizó por las altas temperaturas y la sequía.
«Nuestro mayor desafío hoy son las condiciones climáticas con calores tan fuertes y viento insoportable. No hay formación ni capacitación posible ante estas condiciones. Se nos vino todo encima. Si uno piensa en Las Golondrinas, se nos quemaron 300 casas en un día. Fue una catástrofe. A medida que pasan los incendios, uno va ganando experiencia y entiende los comportamientos de los incendios. Hace 20 años no teníamos el viento que teníamos ahora ni teníamos tantas casas metidas en el bosque», lamenta Manuel, sin poder ocultar su desgaste.
¿Qué espera al comienzo de cada jornada de trabajo? «Lo único que espero es que esto termine. Que se termine de apagar todo. Controlarlo y llevar tranquilidad a la gente. La Comarca no la está pasando bien rodeada por el fuego. Ahora las miradas están enfocadas en El Bolsón, pero no hay que olvidar que hace días se perdieron 70 casas en Epuyén», resalta.
En ningún momento, pierde de vista las pérdidas y no se cansa de agradecer. «Mucha gente perdió todo en el incendio. Uno tiene la dicha de volver a su casa. Hay que valorar la vida y agradecer respirar un día más”, concluye, sabiendo que lo esperan unas pocas horas de sueño para retomar, una vez más, la ardua tarea que no tiene un claro punto final.