Por Lorena Direnzo
Años atrás, Giselle Continanzia trabajaba como voluntaria en el Hospital Materno Infantil de Mar del Plata y hacía una pasantía ad honorem como acompañante terapéutica en un asilo. De repente, descubrió que en el área de Neonatología había bebés que no eran acompañados por ningún familiar y en ese momento, empezaron las preguntas.
Sucedía que había niños maltratados, abusados o con padres con problemáticas de consumo. Ante cualquier denuncia, interviene un equipo del Área de Niñez y ese niño «se pone a resguardo» en alguna institución «de tránsito», una medida de protección que no debería superar los 6 meses, aunque, en la realidad, eso no ocurre.
En primer lugar se busca, algún familiar. Pero si no hay una red que pueda contenerlo, la justicia determina la medida de adoptabilidad. «Se busca una familia para el niño. No un niño para una familia», aclaró Gisele que comenzó a indagar y a contactarse con diversos hogares que se dedicaban al cuidado de bebés y niños hasta los 12 o 17 años. «No había hogares específicos para las diferentes edades y los chicos quedaban a la deriva de las propuestas. No es lo mismo un bebé que un nene de 2 o 12 años», explicó Gisele que, en marzo de 2020, cuando estaba iniciando la pandemia, decidió abrir el hogar Mahatma en pleno centro de Mar del Plata con el deseo de «humanizar la vida de los chicos en las instituciones». La ONG «Poniendo el alma» pone el foco en el acompañamiento de bebés de 0 a 3 años.

Tres equipos forman parte del proyecto: uno técnico compuesto por un psicólogo, un trabajador social, una psicopedagoga y una médica; otro conformado por los referentes que cuidan a los bebés, los bañan, los alimentan y «hacen apego con ellos» y otro grupo de salud interdisciplinario que aborda los aspectos necesarios para protegerlos.
«Son chicos que han sido vulnerados, abusados, golpeados. Sus mamás quizás consumen y el desarrollo de aptitudes son más lentas. A veces, son nenes que han sido contagiados de sífilis y hay que hacerles controles. Es importante que los hogares tengamos la posibilidad de abrigar a estos nenes, lo hagamos de la manera más completa», puntualizó esta mujer.
«Sin romantizar»
La primera nena que llegó al hogar Mahatma tenía tan solo un año. Ya había estado en otro hogar y solía meterse y quedarse debajo de las cunas. No interactuaba con nadie. Hasta ese momento, reconoció Gisele, «teníamos todo muy romantizado y fue el primer cachetazo. Estos nenes no están acostumbrados a que se los abrace, que se los proteja. Cuando uno intenta abrazarlos, se hacen una bolita como si los fueras a golpear. Y esta nena tenía mucho miedo», rememoró.

Más de dos meses, llevó que la niña se adaptara, pero el equipo respetó sus tiempos hasta que, de a poco, empezó incluso a sonreír. «Me acuerdo -continuó- que nos tocó hacer la revinculación con los progenitores y les tenía terror. Cada vez que los veía, empezaba a darle piñas a la puerta para irse con los otros nenes. La abogada del hogar solicitó que se interrumpan las vinculaciones. La nena marcaba con su cuerpo y sus conductas que no quería».
Se dictó finalmente la medida adoptabilidad y la nena hoy convive con una familia que la cuida. «Sus padres -porque son sus padres ya que los hijos no nacen de la panza sino del corazón- le cuentan su historia tal cual es. Y ella tiene un gran cariño por nosotros. Los bebés tienen memorias de nuestras voces o de cómo los acariciamos. No salvamos a nadie, pero trabajamos mucho para que ellos tengan oportunidades de ser mirados por primera vez de manera exclusiva, que reciban amor», resaltó.
La necesidad de más atención
Estos chicos, advirtió, necesitan mucha más atención que un niño que nace en un entorno familiar en el que es amado y deseado. La mayoría que llega al hogar «no conecta desde la panza con sus mamás». «Hay muchas madres con consumos problemáticos y una desconexión absoluta con el niño cuando nace», lamentó.

Según Giselle, las familias adoptivas idealizan «el bebé buenito que come y duerme, olvidándose que ese niño nació y tiene una historia que lo arrastra desde el momento en que es engendrado. Nuestro propósito es desromantizar eso y llevarlo de una manera más real. Son chicos normales, pero con una historia de vida muy fuerte. Si se trabaja con amor y cuidado, la pueden modificar; si los dejamos a la deriva en hogares desde que nacen, vuelven a la calle».
¿Por qué decidió abocarse a los bebés y a los niños más pequeños? Giselle explicó que es la etapa «en la que se forma nuestro cerebro y nos constituimos como el adulto que vamos a ser. Es la base de todo». Mencionó que «si al nacer, no nos podemos alimentar porque no recibimos la atención necesaria, no vamos a crecer con actitudes normales -o las esperadas para cada edad-«. En relación a muchas madres que consumen sustancias y que no entablan un contacto con sus bebés, esos niños ni siquiera saben succionar. «Necesitan del contacto y ser estimulados con caricias y golpecitos alrededor de la boca para que pueden prenderse a la mamadera. Un niño acariciado y atendido se refleja cuando llega a la adultez», señaló.
Por lo general, el hogar recibe niños que «no tienen una sonrisa social», permanecen con el seño fruncido, los ojos temerosos y ni siquiera pestañean. Una vez que entran en confianza con el «referente afectivo», empiezan a sonreír. «Solo necesitan amor y atención», explicaron.
Que todos tengan una historia para contar
En cinco años, han pasado más de 70 niños por el hogar, con un promedio de estadía de dos años. Una vez al año, los voluntarios organizan un encuentro de egresados; sin embargo, el contacto con los niños que encuentran una familia es constante. «Los papás nos mandan fotos cuando empiezan el jardín y realmente, somos parte de todo lo que hacen. Cuando los chicos egresan, se llevan una valijita con todos sus objetos personales: juguetes de apego, mantitas. Desde que ingresan tenemos fotos, de modo que también se llevan su historia contada en fotos. Creo que tiene que haber una historia para contar», recalcó y acotó que muchos chicos adoptados no tienen fotos, ni recuerdos de su infancia. «Nos parecía importante cuidar eso. Esa parte no estaba atendida», destacó.
Los casos son de lo más diversos. Hay muchas madres que reconocen que no pueden hacerse cargo de sus hijos y los dejan al cuidado del hospital o un familiar. Otras luchan para recuperar a los niños, pero están arrasadas por el consumo. «El problema más grande de nuestro país es que no tiene políticas sociales sostenidas y comprometidas. Entonces, tenés bebés, niños o adolescentes con medidas de protección de sus derechos y padres que los quieren recuperar, pero sin opciones para hacerlo. No hay sostén para los adultos. Hay una gran incoherencia social en cómo ayudar», consideró.
Admitió también que los chicos que pasan por este tipo de instituciones y no logran una medida de adoptabilidad, volviendo con sus padres biológicos, «suelen regresar al sistema». «Los chicos no generan votos, están a la deriva sean bebés, niños o adolescentes», dijo. Se refirió a un caso reciente en el que la justicia ordenó la restitución de una niña a sus padres biológicos. «Cuando llegó, la nena estaba desnutrida, no caminaba, ni hablaba y ahora la justicia resuelve devolverla al mismo lugar donde se inició la medida. ¿A quién se protege entonces?», cuestionó.

El dolor del adiós
¿Qué tan difícil resulta despedirse de un niño en el hogar?, se le consultó a Gisele. Aseguró que se trabaja «a consciencia» sabiendo que el objetivo es lograr una familia para un niño. «Obviamente, despedirlo nos emociona, nos mueve un montón de cosas. Somos muchas mujeres las que trabajamos acá, pero nuestro logro se basa en el resguardo. Para nosotros, el mérito es decirle a ese nene que entró con tanto miedo y con tristeza: ‘te pusimos a resguardo y te amamos’«, confió.
Recordó que, en los inicios del hogar, las voluntarias lloraban desconsoladamente cada vez que un niño dejaba la institución. «Fran, un neonatólogo, comparó la situación con la Neo y me dijo: ‘Vos recibís el bebé, lo acompañas a él y a su mamá sabiendo que se van. Que no es tuyo’. Sabemos que tenemos el premio de cuidarlos un tiempo y que ese tiempo es un aprendizaje precioso, duro y difícil. Nos podemos equivocar, pero buscamos lo mejor para ellos», dijo.
Mahatma funciona en la calle Alberti, entre La Rioja y Catamarca. «Estamos a mano de la gente para quienes nos puedan ayudar con pañales o leche. Los nenes reciben una beca del estado provincial que cubre el 60% del gasto, pero hace dos meses que no la percibimos. El 40% restante lo pone la ONG que vengo a ser yo», mencionó riéndose y agregó: «El equipo está integrado también por muchísimos profesionales que ponen el cuerpo y trabajan ad honorem. Solo tienen un sueldo las 14 referentes afectivas que cuidan a unos 20 bebés».
Giselle tiene 48 años y cuatro hijos biológicos. Pone cuerpo y el alma a esta labor solidaria y silenciosa. «Creo en un mundo mejor y de eso, somos parte todos», dijo.
(Foto de portada: crédito 0223)