Martín Espósito es uruguayo, vive en la costa de Maldonado y hace 7 años inició un vertiginoso camino que unió la educación con el entorno natural.
Hoy es el coordinador general de Tagma, una organización sin fines de lucro que se dedica a desarrollar proyectos innovadores que conjugan la educación y la sustentabilidad en Latinoamérica. El objetivo es generar conciencia y sus impulsores están convencidos de que pueden transformar la forma de habitar el mundo.
Antes de la creación de Tagma, Martín trabajaba en una agencia de publicidad con algo de disconformidad. Había algo que no le cerraba. Por eso ocupaba el tiempo en organizaciones sociales, y también se involucró en la bioconstrucción.
En 2012 se encontró con el documental sobre el arquitecto Michael Reynolds, el Guerrero de la Basura. “Fue inspirador para mí”, comentó. La realización audiovisual del director Oliver Hodge hace un seguimiento a la vida de Reynolds quien se radicó en Nuevo México, Estados Unidos, para crear una comunidad experimental sostenible y autosuficiente.
Martín vio en el trabajo del arquitecto norteamericano un edificio que lograba integrar muy bien aspectos de la autosuficiencia como la recolección de agua, su tratamiento, la producción de alimentos. Además su concepto de construcción brinda confort desde el punto de vista bioclimático, utiliza materiales reciclados y su energía se basa en renovables.
“Cuando la escuela está funcionando se trabaja con los equipos educativos para que el edificio sea una herramienta pedagógica, una fuente de aprendizaje”
“Ese paquete se llama Earthship y, además, se ve muy bonito desde la estética”, señaló. Martín se preguntó entonces frente a un grupo de amigos por qué no aplicar el concepto a una escuela pública. Consideró que sería una buena señaló, “algo que nos gustaría ver”.
La reflexión se unió a la determinación y crearon Tagma con el objetivo de construir la primera escuela pública sustentable en Uruguay. “Hoy ya lo hicimos en seis países”, afirma orgulloso.
La construcción se realizó en 2016 en Jaureguiberry, un poblado de la costa del departamento de Canelones que tenía una fluctuación poblacional muy grande: 500 personas en invierno y 5000 en verano. “Nosotros donamos la escuela sustentable y el sistema de educación nos dio opciones de lugares para hacerla. Elegimos Jaureguiberry, no era la que estaba más preparada pero sí la que más lo necesitaba”, contó.
La estructura de la escuela rural Nro. 294 incluye una superficie de 270 metros cuadrados y fue construida con un 60% de materiales reciclables. Se utilizaron 2.000 neumáticos, 5.000 botellas de vidrio, 2.000 metros cuadrados de cartón y 8.000 latas de aluminio.
El suministro energético es proporcionado mediante paneles fotovoltaicos y molinos de viento. El techo permite la recolección de agua para almacenar en cuatro tanques y concretar un proceso de purificación. Además, los invernaderos internos permiten la producción de alimentos y plantas.
La instalación de la escuela sustentable generó cambios en la sociedad. Pasó de tener 30 a 90 alumnos.
“Cuando la escuela está funcionando se trabaja con los equipos educativos para que el edificio sea una herramienta pedagógica, una fuente de aprendizaje”, comentó Martín y agregó que en estas construcciones el entorno de los alumnos cambia porque los salones son muy luminosos, más integrados y se desarrolla un vínculo distinto con el exterior. “Son los primeros en adaptarse al cambio”, apuntó.
En 2017 fueron invitados a Argentina a raíz del interés de algunas empresas. Tagma buscó una organización social para la construcción de la escuela sustentable. El lugar elegido fue Mar Chiquita, en la provincia de Buenos Aires, y el trabajo duró 45 días para levantar una estructura de 350 m2.
La tercera escuela sustentable se construyó en Valparaíso, Chile, en 2020. Y la siguiente en San Jerónimo, una localidad cerca de Medellín (Colombia). Ahora se preparan para cumplir el desafío en Brasil.
El objetivo actual de Tagma es generar una red de escuelas públicas sustentables y desde ahí promover buenas prácticas, trabajar en integrar la educación ambiental, “y preguntarnos qué vinculo tiene la educación pública con el entorno”.
Un aspecto importante del proceso de construcción de las escuelas sustentables es que deben ser espacios que se conviertan en centros comunitarios. Que tengan una fuerte vinculación con al comunidad en lugares de fácil acceso porque se promueven las visitas a las escuelas. De hecho en Jaureguiberry pasaron ya 40.000 personas.
Martín encontró en Tagma su mejor versión individual. Está convencido del significado que tiene el trabajo que hacen. “Ojalá estas escuelas sean un símbolo de la posibilidad que significa que la educación y la sustentabilidad vayan para el mismo lado. Y puedan así transformar entornos rurales”.