Patricio Villarroel llegó por primera vez en 1994. Asistió a los refugiados en Ruanda. Volvió en 1997 y conoció a quién hoy es su esposa. Ambos crearon Happy Children para ayudar a chicos que sufrieron situaciones dramáticas. “Cuando podés ayudarlos, te llena y te sentís humano”, dijo.
Patricio Villarroel tuvo siempre muy clara su vocación. A los 18 años ingresó a estudiar en el seminario teológico en Buenos Aires y pronto asomó un desafío que lo marcaría para toda su vida. Surgió la posibilidad de viajar y asistir en los campos de refugiados en Ruanda que era sacudida por el genocidio de los tutsis por parte de los extremistas hutus. “Había un grupo importante de personas, pero cuando llegó el momento, el único que pudo viajar fui yo. Cosas de la vida”, explica sonriente.
El primer encuentro del joven de 23 años fue con una impactante realidad, envuelta en tragedia. “Toda esa experiencia tuvo olor a muerte”, describe Patricio con abrumadora nitidez. Y agregó que el país no habla del tema porque intentan ocultar su dolor.
Ante un ominoso paisaje, Patricio encontró impulso en la oportunidad de “hacer cosas por el otro, es la principal satisfacción”. “Cuando podés ayudarlos, te llena y se sentís humano”, reflexiona. La experiencia cambió su vida, sus perspectivas, y la valoración de las personas y las cosas. “Son cosas que no se aprenden en ninguna universidad”, apuntó.
En 1997 volvió a África, cuando sucedía la Primera Guerra del Congo que duró nueve meses y se desarrolló en Zaire. Tuvo como objetivo derrocar al dictador Mobutu. Las fuerzas opositoras fueron conducidas por el líder guerrillero Laurent-Désiré Kabila que se declaró presidente y cambió el nombre del país a República Democrática del Congo.
La experiencia de ayuda humanitaria en la ciudad Goma le tejió una historia inesperada. Conoció a quién sería su esposa, Kavuo Kyeya, con quién tuvo tres hijos. “No estaba en mis planes, no figuraba en la agenda”, confiesa entre risas. Kavuo representa un impulso constante para Patricio en el arduo camino solidario, de hecho, la creación del orfanato Happy Children nació por iniciativa de ella.
“Visitábamos orfanatos que tenían más de 150 chicos y colaborábamos con alimentos y ropa. Un día decidimos abrir uno”, cuenta Patricio quién reconoce que la tarea no fue sencilla porque los recursos siempre fueron limitados. Por eso debieron alquilar una casa con lugar para 50 chicos. Acondicionaron el lugar y establecieron prioridades. “Son huérfanos que perdieron a sus familias por las guerrillas y quedaron abandonados”, señala.
Hubo momentos difíciles, de crisis para Patricio. “Lo más complicado es cuando te das cuenta que no podés ayudar a todos. Y te mendigan porque necesitan comer”, reflexiona y reconoce que su sueño es “tener el propio orfanato, un hospital, una escuela y un hogar para los ancianos que sufren mucho”.
(Foto Bariloche Opina)