Alejandra Franco pudo convertirse en un puente después de darle vida a ADN Patagónico.
Todo comenzó con una crisis, como sucede muchas veces. Cuando sucedió la erupción del volcán Puyehue en 2011, se quedó sin trabajo. Las cenizas habían logrado paralizar de forma homogénea la ciudad turística de Bariloche y sus alrededores.
Después de la angustia, consiguió una oportunidad en la fundación Nutrir Patagonia que trabaja en el terreno social. “Armamos un centro cultural y comunitario en donde antes había un centro de detención de menores”, recordó con satisfacción aunque el cambio de gobierno provocó el cierre.
Entonces Alejandra volvió a su antigua profesión, diseñadora de interiores. El regreso no fue simple porque le tocó lidiar con los contrastes. “No podía sacarme de la cabeza las situaciones dolorosas que había visto, principalmente las asociadas a las infancias”, comentó.
El planteo fue, entonces, cómo seguir trabajando en el diseño pero cerca de las personas que le interesaba favorecer. Ese interrogante fue la punta del ovillo de ADN Patagónico.
Admite que trabajar en los barrios más vulnerados de la ciudad cambió su forma de interpretar la realidad y en ese momento pensó por qué no generar valor para los que siempre se quedan afuera de las oportunidades en un tiempo en el que en el mundo se copian los diseños de las etnias para hacer producciones masivas.
“Las ciudades se pierden en su punto de origen para sumarse a una cultura global. Y todo es igual. Quise ir al origen y los primeros en hacer arte fueron los pueblos originarios. Me encontré con muchas tejedoras expertas”, contó Alejandra y mencionó que solo se ocupó de agregar algunos toques modernos para que el producto luzca más actual, pero siempre respetando la simbología mapuche.
Muchas historias de las tejedores de la zona fueron visibles a partir de este emprendimiento. En la tienda, ubicada en el centro de Bariloche -sobre la calle Quaglia, entre Mitre y Moreno- se encuentran los productos que poseen un valor cultural. Significa una experiencia singular para los visitantes porque se conectan con las personas e historias detrás de cada producto. Pronto incluirán un Código QR para que los compradores se encuentren con esas historias.
ADN Patagónico utiliza lanas naturales, nada de sintético, al igual que los tintes. Y aplica el concepto de precio justo para establecer el valor por el trabajo realizado.
Alejandra define la experiencia como un proceso de transformación social. Admite que el inicio del camino no fue nada fácil porque las tejedoras primero desconfiaron. A medida que se cumplía con el pago acordado luego de cada tarea, la relación se fue convirtiendo. “Las cuidamos, entonces empiezan a confiar. Se generó una comunidad y eso es muy gratificante”, definió.
Entre tantas historias, recordó a una mujer que sufrió violencia de género. Una tejedora de ADN la rescató y la trajo de Jacobacci a Bariloche. De a poco empezó a tejer guantes, algo que sabía hacer aunque las pesadillas se habían ocupado de anudar sus manos. Hoy vive sola y cumple con el alquiler gracias a sus ingresos.
Son 27 las tejedoras de Jacobacci, Dina Huapi y Bariloche que hoy trabajan en el emprendimiento. Además, una cooperativa de la Meseta de Somuncurá suma 35 hileras y tejedoras de tres parajes. También interviene Maquinando, una empresa social textil que incluye pacientes de salud mental. Hacen serigrafía y costuras. Recientemente se sumaron 6 mujeres de la fundación Nutrir Patagonia que cosen y también costureras -Noe y Sonia- del barrio Arrayanes.
Ale sueña con una empresa social horizontal. Sabe que queda mucho por hacer para que su idea suba peldaños y el impacto social sea mayor. Falta más equipo, repite. Dice que sería muy bueno que se sumen capacitadores.
La orgullosa emprendedora siente que en este tiempo se convirtió en un puente que se construyó con mucho sacrificio y recibe gratificaciones. “Estaba en búsqueda de sentido y lo encontré en ADN”, dice sonriente y agrega un deseo: “Todos deberíamos animarnos a caminar con quien nunca hemos caminado y frenar con los discursos de odio. Ser más empático. Creo que nos iría mejor como sociedad”.