Guillermo Galetti es el Ladrón de Chatarra. Y utiliza un criterio propio del mismísimo Robin Hood, se nutre del botín para ayudar a la gente que lo necesita.
Fue criado entre descartes de maquinaria agropecuaria y talleres de metalurgia en una época en la que era necesario idear el propio entretenimiento. Nació en Campana, provincia de Buenos Aires, y luego pasó parte de su infancia en Quequén. Y hace 17 años vive en Villa La Angostura en donde se encuentra la tranquilidad que permite abrir la cabeza para la creatividad.
“Me dedico a jugar con la chatarra”, definió sonriente. Hace un tiempo se encontró con Juan, de 7 años, y su historia. Su brazo ortopédico fue construido con impresora 3D. “No había aguantado las solicitudes de carga”, explicó Guillermo y, entonces, empezó a buscar una solución al problema.
Buscó reemplazar las piezas, se fijó en los baldes de 20 litros de pintura que tienen un material con destacadas propiedades. Es resistente y económico. Se puede pueden generar piezas homogéneas; “le propuse a la mamá de Juan desarrollar un brazo de entrenamiento. No es una pieza avanzada, le va a servir para trabajar, entrenar”.
En una semana de trabajo -ensayo y error- avanzó en una pieza que sirve aunque, aclara, todavía falta terminar. “Es algo rústico en la forma, está hecho a mano. Con más recursos y habilidades, pero con el mismo sistema constructivo, se puede lograr algo muy bueno”, aseguró.
Explicó que “las mejoras más urgentes que le tenemos que hacer son: conseguir una funda ortopédica para evitar fricciones y lograr confort. También debemos trabajar con algunos materiales y componentes como fibra de vidrio, gomas, fijaciones”.
La repercusión de la iniciativa fue reconfortante para Guillermo. Recibió mensajes de gente que quiere colaborar con la idea. Y también el pedido de familias que atraviesan una experiencia similar a la de Juan.
“No hay espacios para imaginar”
Usamos tanto el celular. La clave es una administración consciente y positiva de la tecnología opina Guillermo, profesor de Educación Física y técnico en Industrias de Alimentos. Le despierta un visible interés reflexionar sobre la educación y la enmarañada relación que generamos con la tecnología.
Dice que observa falta de motricidad en chicos y chicas que empiezan la secundaria. Tienen dificultades para usar la tijeras, para sostener dos pieza, usar una regla o para hacer dibujos a mano alzada. “Es una cuestión grave que hay que atender. Y urgente”, aseguró.
“Son tiempos en los que tenemos todo estandarizado y manufacturado. Y hay asuntos que no podemos dejar pasar por alto porque están vinculados a la creatividad. Y no podemos delegar la educación a dispositivos, moldes o plantillas”, señaló y agregó que es importante volver a cuestiones convencionales que hoy están subestimadas por la industria, la prensa y la alta tecnología.
Para Guillermo, los chicos y chicas hoy son meros espectadores de lo que ofrecemos. “No hay conflicto cognitivo, no hay espacios para imaginar, pensar. Está todo pautado e inventado, expresado de una única manera con un único lenguaje que muchas veces ni siquiera es programado por nosotros”, apuntó. Por eso, considera que el aprendizaje debe darse en una interacción más física y concreta.
Considera además que la tecnología es la capacidad de modificar tu entorno material con un fin. “Y Si lo único que hacemos es consumir algo que viene de una mente creativa de otro lado, no hacemos ese ejercicio tan valioso de crear”.