Para Samanta descubrir su propósito fue un acontecimiento clave. Luego se convirtió en el motor de su vida. Hoy siente que es voz de algunas personas que no la tienen.
Samanta Sacaba lidera una escuela de cocina para personas privadas de la libertad con el objetivo de bajar la reincidencia delictiva. Es un programa de la empresa Cook Master que nació en 2003 de la mano de Nicolás Lusardi. Y en 2016 decidió generar una transformación vital para convertirse en sustentable. Dos años después fue certificada como empresa B.
“Tenemos una propuesta inclusiva”, definió Samanta que se sumó a Cook Master en 2020 para trabajar en capacitación en las cárceles. Contó que la segunda entrevista de trabajo se la hicieron dentro de un complejo penitenciario. “Sentí que ahí iba a desarrollar parte de mi vida porque confluía mi propósito personal con mi trabajo. En esos momentos es cuando explotas, das el máximo”, aseguró en Pausa, el programa de radio que conduce Vivian ‘Lulú’ Mathis.
Además de brindar el sistema de alimentación, Cook Master aporta un cocinero orientador que enseña a los internos a cocinar. Por otra parte, está la escuela de gastronomía que tiene aulas teóricas y práctica. Funciona una vez por semana en 17 cárceles de la provincia de Buenos Aires con más de cien grupos. También lo hacen en Chubut.
La primera experiencia de Samanta fue en una escuela de gastronomía dentro del complejo San Martín, con 95 alumnos. El desarrollo fue complejo porque se dio durante la pandemia de Covid 19. “Éramos el único lazo que tenían con el exterior”, recordó y mencionó que abrieron en ese momento 17 escuelas con más de 1500 alumnos en la provincia de Buenos Aires.
La apuesta rindió su frutos. Hoy ya son más de 6000 las personas que pasaron por el programa de capacitación. Para Samanta es gratificante tener la oportunidad de accionar para una regeneración social. Y no solo para ellos y sus familias, aclara; también para una sociedad que espera que las personas que regresan a la sociedad, luego de cumplir una pena, tengan un proyecto de vida positivo.
“Nosotros trabajamos para el día después”, define. Y con eso quiere decir que el objetivo está puesto en la reconstrucción y no en los motivos que provocaron que las personas pierdan su libertad. Uno de los programas está enfocado en los adolescentes que están cumpliendo una pena en los centros cerrados de menores. Tienen entre 14 y 17 años. Si no los abordamos ahora, ¿qué destino tendrán?, se pregunta.
Si bien acepta que conviven con la frustración, los logros son gratificantes. “Nuestra reincidencia es baja. De 10 personas que se suman al programa, dos o tres vuelven a delinquir. Eso nos alienta a seguir”, destacó Samanta y mencionó que el tema de la frustración se trabaja con el equipo.“Cada vez lo tengo más claro, es una muestra de lo que pasa en la sociedad porque, por ejemplo, a nuestros hijos también les damos oportunidades. Ellos eligen si las toman o no”, reflexionó.
Samanta es un ejemplo de alguien que sí supo aprovechar las oportunidades. Nació en El Palomar y se formó en la Universidad Nacional de General Sarmiento, en Los Polvorines. Es licenciada en Educación y en Sociología. Fue madre muy joven, a los 20, por lo que el camino para cumplir algunos objetivos personales fue exigente. Dice orgullosa que estudió en el Conurbano bonaerense y después en la Universidad de Harvard -Master en Derechos Humanos- y en España. Es madre de cuatro hijos. Se despierta muy temprano para cumplir con obligaciones y así no restarle tiempo a los momentos destinados a compartir con ellos.
Admite que la primera vez que entró a una cárcel tuvo miedo. Se preguntó de inmediato qué podía aportar ella a ese universo tan complejo. Con el paso del tiempo descubrió que había transitado un camino repleto de aprendizajes. “Y además, me hice más fuerte”, apuntó sonriente.
Hoy asegura que aprendió que sólo con amor podes ver la condición del otro. Y si no lo podes entender, ¿qué solución podes darle?. “Es que el amor sigue siendo lo que nos hace humanos”, dice convencida.