Hace diez años Julio Pereyra encontró niños y niñas comiendo en un basural de Paso de los Libres en Corrientes. Esa composición lo impactó y decidió involucrarse. Lo hizo a través de la educación.
Contó que el primer paso fue enseñar cómo prevenir enfermedades, reconocer vectores patógenos. Trabajó desde el correcto cepillado de dientes hasta el reconocimiento de procesos corrosivos o venenosos. En poco tiempo le dio forma a una escuela itinerante que llamó Caminos de Tiza.
“Empezamos con alfabetización inicial y terminamos con estimulación temprana y psicomotricidad con lengua de señas”, contó. Primero, Julio recorrió Santiago del Estero y Corrientes, y desde hace dos años se instaló en Misiones.
Su trabajo fue reconocido nueve veces en el mundo. Este año fue uno de los cinco ganadores del Premio de Derechos Humanos de las Naciones Unidas 2023. Además fue distinguido en dos oportunidades con el Global Teacher Award que entrega Aks Education Awards (India).
Julio hizo mucho. Según el relevamiento formal que hizo la ONU, el maestro nacido en Uruguay logró insertar 712 niños al sistema educativo, sin embarazo infantil, ni un solo caso de trata de persona ni mortalidad infantil en 14 comunidades en los últimos 5 años. “Ya está. Yo no quiero que exista más Caminos de Tiza porque su existencia significa que las políticas públicas no funcionan correctamente”, consideró.
La organización internacional destacó su trabajo con comunidades marginadas, con acciones para reinsertar a niños al sistema educativo, asistencia a menores con discapacidad y acceso a prótesis y medicamentos.
Más allá de la satisfacción por el trabajo realizado y reconocido fuera del país, Julio admite que se siente frustrado. “Me reconoce Naciones Unidos y en Argentina estoy censurado, es increíble” lamentó y explicó que Caminos de Tiza es una forma de denuncia y protesta que le pone rostro a la exclusión educativa, a la desnutrición, a la pobreza extrema, a la trata de personas. “Mostramos el lado B de una realidad que en tiempos electorales molesta”.
Julio está preocupado porque su pareja Yanina sufre esta persecución. Dice que no es justo que ella pague por el trabajo en Caminos de Tiza. “Existe una persecución clara y eso duele. Soy un educador que gana premios importantes pero recibe amenazas de muerte”, lamenta.
A pesar de este sombrío contexto, Julio no se detiene. Continúa el camino que se inició hace una década. “¿Qué cosas me preocupan más? La discapacidad en zonas rurales, en selvas y comunidades guaraníes. El analfabetismo, los chicos no saben escribir, ni leer, tienen problemas de comprensión básico”, respondió y sumó otros puntos como el trabajo infantil, la trata de personas y las enfermedades adquiribles, contagiosas como pediculosis e hidatidosis. “Y todo esto con el rostro de la pobreza”.
Los premios le permitieron a Julio construir escuelas, comprar sillas de ruedas, bipedestadores, y generar becas para que los chicos y chicas no tenga que ir a trabajar. Asegura que la visualización de los premios «me permite conseguir una escuela y que no aparezca flotando en el Paraná».
Dice que detrás de Caminos de Tiza hay olores, mosquitos, serpientes, arañas, perros, gente alcoholizada, censuras y cancelaciones.
Aclara que no se pone banderas políticas para hacer su trabajo. “Tampoco soy un revolucionario en Tik Tok. Es necesario hacer esto y alguien tiene que decir ‘esto no va más’’, destacó. Tampoco quiere ser fundación, ni asociación civil. No le interesa. Y ante la pregunta sobre cuál es el futuro que anhela para Caminos de Tiza, no duda: que desaparezca, que no sea necesario.