Cada vez que Patricio Villarroel cuenta su tarea lo hace con entusiasmo aunque las inmensas dificultades parezcan abrumadoras en el lugar del planeta donde despliega su vocación de servicio. Mantiene el espíritu aventurero que recuerda lleva impregnado en la piel desde su niñez.
Hace 26 años llegó a África por primera vez. Era estudiante en el seminario teológico en Buenos Aires y preparaba su camino para ser misionero cuando conoció los aberrantes detalles del genocidio de Ruanda. Fueron 100 días de matanzas de tutsis y hutus que dejaron unos 800.000 muertos, entre el 20 y el 40 por ciento de su población. “Tenía 23 años y en ese momento sentí la necesidad de involucrarme”, contó.
Y se involucró. Fundó el orfanato Happy Children en Goma -República Democrática del Congo- que hoy contiene a casi 300 niños y niñas en dos hogares.
Patricio considera que no hace nada extraordinario, solo lo que haría cualquier persona. Igualmente es siempre consciente del valor de rescatarlos de la orfandad, del hambre y la muerte. Busca arrebatarlos de las ominosas pesadillas que desfilan campantes por la zona.
En el lugar hay un número considerable de organizaciones internacionales por la crisis humanitaria. Patricio acota que reciben mucho dinero, nada comparado a lo que ingresa al orfanato que conduce. “Igual estamos orgulloso de ver la transformación en la vida de los niños. No se trata de cantidad, sino del corazón”, definió y agregó que en estos contextos la demostración afectiva es muy importante. El abrazo, la contención, escuchar y “enseñarles que la vida es diferente, que hay futuro para ellos”.
La tarea de Patricio se realiza en un contexto revocado con violencia, maltrato y la imposición agresiva del más fuerte. Comenta que el Estado está ausente frente a las necesidades de la gente. Cualquiera muere por nada. “Hay un 80% de la población -90 millones- que come una ración de comida por día y de ese porcentaje, el 23 come día por medio”, señaló. Además, los secuestros a causa de las múltiples necesidades son frecuentes.
Patricio realiza la noble tarea junto a Esperanza, una mujer congoleña que conoció apenas llegó a Goma y después de un año decidieron casarse. Tienen tres hijos. Reflexiona que el trabajo de rescatar niños y niñas les provocó grandes problemas.
“Las autoridades saben que es un ‘blanco’ el responsable del orfanato, entonces inventaron que traíamos niños para vender a los grupos rebeldes. Se llevaron a mi esposa detenida. Pedimos auxilio a coroneles para que la rescataran antes de la noche porque sino hay que sacarla con rescate”, relató y comentó que si bien la oportunidad de transformar la vida de muchas personas genera una inmensa satisfacción también debieron atravesar momentos muy dolorosos.
El próximo paso es finalizar el nuevo hogar en Goma. Hace dos años compraron el terreno y ahora están en plena construcción. Todo a pulmón. Tendrá espacio para escuelas y dispensarios. Happy Children cuenta con otro hogar en Sake, a 25 kilómetros.
Recordó un dicho que es muy popular en el Congo: acá levantas una piedra y encontras un niño. Y viven -reflexiona- en la peor miseria humana. “A veces te dan ganas de largar», admite. Por ejemplo, en un par de ocaciones serios funcionarios detuvieron la obra. Dice que le pidieron coimas. «Pero hay buenas razones para seguir adelante. Queremos salvar más chicos”.