Admite que su abuelo fue una persona muy influyente porque sembró la semilla del amor por la naturaleza en Mar Chiquita, su casa. A los 23 se recibió de abogado, aunque a los 27 hizo un giro en su vida porque, simplemente, sintió que no era lo suyo. Entonces se metió en el mundo de las organizaciones sociales. Se tiró a la pileta y cumplió su vocación.
Christian Tiscornia es el fundador y director de Amartya, una asociación civil que se dedica hace 20 años a promover una cultura de sustentabilidad a través de la educación ambiental. Desde Oslo -donde pasa algunos meses del año- dialogó con Vivian “Lulú” Mathis en el programa radial Pausa sobre cómo transitar el complejo desafío de alcanzar un mundo mejor.
Dice que Amartya surgió con la idea de impulsar un cambio cultural en Argentina. “Desde el primer momento creímos que repensar la educación nos iba a permitir transformar nuestra cultura. Se trata de repensar los modelos mentales que sostienen los problemas de nuestra época”, señaló y agregó que, por esto, es que siempre impulsaron la educación ambiental y la alfabetización ecológica.
Christian entiende que hoy más que nunca es importante encarar la crisis sistémica que vivimos -y puntualmente la climática- desde una nueva cosmovisión, con una forma distinta de ser y sentir. Para eso, la educación es una herramienta central. “El sistema educativo nos sigue formando para los problemas del siglo 20”, apuntó.
Hay un concepto que considera central en este proceso de transformación: el interser. “Es comprender que todo está conectado con todo lo demás. Es imposible pensar las cuestiones solamente en las partes. Todos los seres estamos vinculados y cumplimos roles distintos y fundamentales”, explicó y destacó que es el eje de la educación ambiental y de los valores de Amartya.
La organización construyó la primera escuela pública sustentable de Argentina en Mar Chiquita. Es un edificio eficiente construido con materiales reciclados con sistemas que integran el cuidado del medio ambiente y produce más energía de la que consume, solo con el sol y el viento. Y su excedente lo cede a la comunidad.
Si bien los frutos de la experiencia ya generan satisfacción, Christian aclara que las grandes transformaciones necesitan de tiempo.“No es un cambio técnico, es cultural. Y eso lleva tiempo. Significa pasar de pensar que somos la especie número 1 a que somos una más entre el resto”, reflexionó y destacó que hay indicadores muy buenos sobre la experiencia. De hecho, familias decide mudarse a la localidad solo por la escuela. Ahora el desafío es que las 60 escuelas de Mar Chiquita sean sustentables.
Christian repite que los modelos mentales sostienen nuestra realidad y que cuando los cuestionemos, vamos a encontrar el mapa del tesoro. Considera que seguimos usando un modelo mental reduccionista, lineal, “en vez de uno holístico que nos permita ver el todo, las causas, los patrones”.
Y una herramienta central para lograr un cambio profundo también es aprender a dialogar. “Es encontrarte con el que piensa distinto, que está con miedo, bronca y que no cree en nada. Te encontras con mucha desconfianza”, comentó sobre una característica que empapela a la sociedad Argentina. Y dice que una diferencia con Noruega es esa. La sociedad confía en el otro y ejercitan el diálogo. “Nosotros no tenemos conversaciones de calidad», observó y aseguró que la clave es sentar actores con intereses diversos para construir una visión común.