“Cuando ves el nivel de violencia extrema que se vive en algunos lugares, o cuando escuchas el relato de pacientes sobrevivientes de torturas es imposible no preguntarse qué somos capaces de hacer los seres humanos. También se ve la resiliencia de las comunidades, cómo a pesar de estar 10 años en guerra siguen conservando sus tradiciones y sonriendo. Y dan todo lo que tienen para ayudar al resto. Eso te devuelve la esperanza. Estamos expuestos a los dos extremos”.
Matilde Cilley es médica cirujana y lidera el equipo de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Ciudad Acuña, la localidad fronteriza con Texas donde los migrantes arriesgan sus vidas para conservar algo de esperanza.
La organización despliega atención a lo largo de la ruta migratoria por donde pasan cerca de 500.000 personas en movimiento cada año. “Buscan una realidad mejor, que en sus países no encuentran”, comentó Matilde que ingresó en 2017 a Médicos Sin Fronteras. Los equipos están integrados por médicos, enfermeros, psicólogos y trabajadores sociales.
Los migrantes llegan de Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua. Además, existe un grupo grande de haitianos que ya estaban radicados en Chile y Brasil pero que frente a la difícil situación económica generada por el Covid-19, decidieron migrar con destino a Estados Unidos. También se sumó en este tiempo población venezolana y colombiana.
Matilde nació en Buenos Aires, estudió en la Universidad Austral e hizo la residencia en el hospital zonal de San Carlos de Bariloche. Ingresó a Médicos sin Fronteras porque siempre tuvo claro que quería trabajar con población vulnerable. Dice que las desgarradoras realidades en distintos puntos del mundo -que muchas veces no son reflejadas en los medios de comunicación- sirven de impulso para trabajar en la generación de un mejor acceso a la salud.
“Nos encontramos con muchas infecciones y lesiones en la piel, se hace una actividad muy fuerte de auto cuidado para proteger los pies de la gente que camina tantos kilómetros”, comentó y destacó que algunos son sobrevivientes de episodios de violencia. Hay mucha desesperanza -apuntó- y eso genera un impacto en la salud mental.
La pandemia zamarreó las débiles estructuras económicas en los países de Sudamérica y el movimiento poblacional creció notablemente en los últimos meses. Hay dos puntos importantes de ingreso por donde ya pasaron 100.000 personas: Tapachula, que está ubicada en la Costa Sur del estado de Chiapas, fronteriza con Guatemala. Y el Tapón de Darién, un bloque vegetal que se extiende en la frontera entre Panamá y Colombia.
Un día en la vida de Matilde comienza temprano con una reunión de equipo. Luego se movilizan con el camión que tienen habilitado con tres consultorios médicos a albergues, casas de migrantes, o a los costados de la vía del tren. Muchas veces es necesario organizar una intervención de emergencia porque el flujo creció considerablemente. Hasta marzo seguirá en México.
La médica de 36 años tiene una acumulación de impactantes experiencias en Médicos Sin Fronteras. Recuerda rápido y con angustia la Región de Tigray en Etiopía, donde se expone la falta de protección del Estado hacia buena parte de la población. Y en Yemen “hay una distribución de recursos que no tiene en cuenta el bienestar de las personas. No hay inversión en educación o salud. Eso es muy impactante”.
Por eso cuando finaliza una misión puede unir piezas para entender mejor a la humanidad. Asegura que conviven dos aspectos. Por un lado, la violencia y crueldad extrema. Y por otro, también la resiliencia de las comunidades que, a pesar de las guerras, siguen sonriendo.
La ruta del Darién en primera persona: «Es una ruta en la que solo Dios te salva, pero no es una ruta de Dios»
María es una ciudadana cubana de 51 años. Llegó a Bajo Chiquito (Panamá) después de cruzar la selva del Darién. Fue atendida por Médicos Sin Fronteras e hizo llegar este escrito a la organización. Desde principios de año, se ha registrado un aumento en el número de migrantes y solicitantes de asilo que arriesgan sus vidas para cruzar esta selva tropical desde Colombia hasta Panamá y poder continuar con su viaje desde los países sudamericanos hasta México, Estados Unidos o Canadá. La gran mayoría de los más de 15.000 migrantes que han cruzado desde enero hasta mayo de este año el Darién son haitianos y cubanos, aunque se está registrando un aumento de venezolanos y es también notoria la presencia de africanos, indios o bangladeshíes, que llegan a países sudamericanos para los que no necesitan visa, desde los que iniciar su camino a Norteamérica.
Hola, hoy es 4 de junio del 2021. La que escribe es una cubana de 51 años de edad. Soy una más de las sobrevivientes y estúpida que pasó la selva del Darién (Colombia-Panamá). Todo lo que aquí escribo es real y vivido y visto por mis propios ojos.
Caminé la selva por 5 noches y 6 días. El primer día subimos una loma con una altura y una pendiente recta y mojada, se llama la Loma del Desafío, te dicen que cuando la pasas ya lo tienes todo logrado (mentira). Después de esa loma viene lo peor, vienen caminos y caminos hasta que llegas a la Loma de la Muerte. La Loma de la Muerte se pasa, el que puede, en un día y sí que es la Loma de la muerte, porque tiene una pendiente horrible y caminas por senderos en los que no hay nada en sus laterales, no puedes mirar hacia abajo porque corres el riesgo de caer y perder la vida.
Después viene más camino y más lomas, más caminos y más lomas y por supuesto con ríos y las personas siempre mojadas. Duermes mojado todas las noches. Todo lo que cargues lo vas botando por el camino porque el peso no te deja caminar. Las personas más fuertes y más agiles te van dejando atrás. Cuando llegas a un tramo determinado como a mitad de camino para llegar al campamento (de Bajo Chiquito ya en Panamá) ves personas muertas, en estado de putrefacción e hinchadas. Yo en mi caso vi tres por separado. Esto es real. Todo es real.
A dos o tres días de camino para llegar al campamento 7 u 8 personas jóvenes te asaltan; andan armados, te quitan la comida, los celulares, el dinero y a las mujeres bonitas y de cuerpos bonitos las violan. Pero aún no acaba lo peor.
Te encuentras con personas que llevan 27, 15 y 10 días caminando por la selva, porque están con problemas en las piernas y ya no les queda nada. Te encuentras mujeres y niños y hombres con niños de todas las edades.
En mi caso me tocó salvar a una niña de como 6 meses y saludable. Se le desprendió a su papá y por suerte yo estaba detrás y en la parte baja de la loma y pude lograrla agarrar por el pie derecho pero justico con su cabeza ya para chocar con una piedra. La niña se salvó, gracias a Dios.
En esa selva me quedé sola caminando y durmiendo. Se me enfermaron los pies (pelados, perdí el pellejo o mejor dicho la piel). Después de todo esto seguí caminando pero me falta una historia. En una de las noches unos haitianos tenían sus carpas cerca del río y ya amaneciendo. Por cuestiones de segundos, ellos no murieron porque el día estaba lindo y soleado y el río creció en cuestiones de dos segundos y sin avisar (el río tomó un color turbio).
Por eso he hecho este escrito, pero lo hago además incitando a la humanidad a que no se acoja a esa ruta. Es una ruta peligrosa, inhumana. Es una ruta en la que solo Dios te salva, pero no es una ruta de Dios. Es una ruta donde las familias se tienen que separar, aunque no lo entiendas. Es la lucha por la supervivencia. A más días en la selva, más riesgo a que te mueras, a que te maten o a que te pique una fiera, una víbora. Uno se dice que hay tantas gentes que han pasado por ahí, que ya eso es carretera. No, es lo contrario, es un sendero desgastado con riesgo de resbalar y morir. Queda gente con partiduras de hueso, que no pueden llegar (continuar el camino, quedan abandonadas).
Incito a las personas que han hecho esta ruta a que digan la verdad. Hay muchas formas y mejores que ésta para llegar a Estados Unidos. No hay porqué desesperarse y sí tomar una buena decisión.
Esta es una historia que nunca vas a querer recordar. Cuídense la vida y quiéranla siempre, no la expongas, para que Dios pueda cuidarte también. (Carta publicada por MSF)
Escucha parte de la entrevista a Matilde
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