El médico Juan Pablo Sánchez camina por un inmenso galpón en Lima y observa con atención los respiradores que llegaron desde el País Vasco –como donación- luego de las gestiones realizadas por Médicos Sin Fronteras, la ONG que brinda asistencia médica a víctimas de catástrofes, epidemias y guerras en todo el mundo. “Lejos de sentirme desfavorecido, me siento un privilegiado por hacer lo que más me gusta donde más se necesita”, define orgulloso.
Su misión en Perú fue apoyar a las unidades de cuidados intensivos, principalmente en la región amazónica. En el contexto de la pandemia hubo que generarlas e incorporar profesionales no especializados.
Juan Pablo comentó que la intervención de Médicos Sin Fronteras se enfocó en la asistencia a las comunidades más alejadas, en la zona de Amazonas, con donaciones estratégicas. Y también los profesionales especializados en terapia intensiva brindaron el apoyo necesario.
“La situación estuvo bastante desbordada, principalmente en las zonas rurales”, describió Juan Pablo. Contó que las consultas de los vecinos fueron tardías porque evitaban ir a los centros de salud. Eso se tradujo en una alta mortalidad en un contexto definido por limitaciones estructurales.
Sobre la realidad de la pandemia, Juan Pablo considera que cada comunidad interpreta lo que está sucediendo. “La información que circula en las redes es muy influyente, nos encontramos con distintas visiones sobre el Covid-19, cada comunidad tenía la suya y también su forma de enfrentarla”, contó.
En el Amazonas peruano la gente utiliza medicina natural de forma preventiva. Por eso, supone, que la mortalidad no fue más alta. “No se puede atribuir un cien por cien, pero influyó”, dijo y agregó que además hubo mucha contención familiar.
“Nosotros somos beneficiados porque elegimos estar ahí, después volvemos. En cambio, las víctimas no pueden elegir”, reflexionó Juan Pablo Sánchez
El médico de El Bolsón ingresó a Médicos Sin Fronteras en 2016 y hacerlo significó cumplir un sueño. “Siempre quise hacerlo porque comparto los valores”, comentó. En los cuatro años de experiencia, la realidad superó lo que alguna vez imaginó. La maldad y la violencia existen en un tamaño abrumador.
“Nosotros somos beneficiados porque elegimos estar ahí, después volvemos. En cambio, las víctimas no pueden elegir”, reflexionó. Y las víctimas sufren guerras, desastres naturales o epidemias. Una de las experiencias más intensas fue sobre un barco en el Mediterráneo.
El trabajo fue rescatar a las personas que intentaban cruzar de África a Europa. “Historias tremendas”, sintetiza y hace un silencio mientras desfilan en su memoria imágenes imborrables. Historias de personas desahuciadas que estuvieron durante años viviendo en la esclavitud y sufriendo torturas. Fue impactante ser testigo de que “no les importaba morir, prefieren correr el riesgo a volver”. No sabían nadar. Se subían a un bote de 20 personas, pero lo hacían 100 sin chalecos salvavidas envueltos en olas de 4 o 5 metros.
El bolsonense piensa seguido en los paisajes de la Patagonia. Imaginó hace algunos días el regreso a casa y en la posibilidad de colaborar con el hospital de la localidad. Pero no. Hubo un llamado de Médicos sin Fronteras que cambió los planes. Ahora su próximo desafío será en Palestina.
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