Por Lorena Direnzo
Poco antes de egresar como psicóloga de la Universidad de Buenos Aires (UBA) en 1988, Lourdes Molina empezó a trabajar en el Instituto de Menores de San Martín, en Buenos Aires, que recibía a varones de 10 a 15 años partícipes en hechos delictivos. Esa experiencia marcó un antes y un después.
«Escuchaba historias de violencia previa y abandonos. Veía que el estado no daba respuestas a esas problemáticas de la infancia y la adolescencia. Esos chicos entraban y salían del instituto y, al mes, volvían a ingresar. No había atención directa ni para ellos ni para sus familias. No existía la atención en salud mental», cuenta esta psicóloga que hoy tiene 59 años. Integró el Programa Nacional de Capacitación y Tratamiento de las violencias familiares hasta 2011, año en que fue desmantelado: «Me habían pedido que lo diseñe en 1998 porque había muchos más programas de mujeres maltratadas que de maltrato infantil».
En el camino, fue encontrándose con otras personas (docentes, psicólogos, trabajadores sociales y abogados) que compartían la necesidad de juntarse para dar respuestas a problemáticas centradas en el maltrato a la infancia. Muchos de ellos venían de ámbitos como iglesias, pastorales o espacios comunitarios.
No tenían muy en claro qué camino tomar. «No teníamos mucha experiencia, éramos jóvenes, pero sabíamos que algo podíamos hacer, incluso sin recursos. Con lo que teníamos, con ‘Nuestras manos’. De ahí nació el nombre de nuestra asociación», afirma.
El equipo empezó entonces a brindar atención en salud mental. «El acompañamiento lleva meses. No solo se trata de esa niña que sufrió violencia sino ocuparse de esa mamá, papá o hermanitos. Una respuesta simplificada no responde a la complejidad; si no miro a esa familia en el genosociograma, la respuesta no va a alcanzar», explica.
Constantemente, Lourdes se encuentra con casos gravísimos, como hijos frutos de incesto. «De pronto, ves a ese niño y a su madre que quizás, fue violentada por su mismo padre. Esa mujer, a pesar de sufrimiento, apuesta por ese niño y pide ayuda. Esas situaciones te impactan un montón. Hay quienes piensan que esa madre debería denunciar o debería haber abortado. Pero hay que acompañar y escuchar en función de lo que está pidiendo», ponderó.
La asociación civil «Nuestras manos» este año cumple 25 años. Está integrada por 12 psicólogos, 3 abogados, 2 trabajadores sociales y gran cantidad de docentes. Cuenta con un área de consultoría que brinda atención directa. Funciona en dos edificios prestados en el barrio de Caballito y Abasto en Capital Federal, donde los profesionales realizan un abordaje terapéutico, social y jurídico centrado en el trauma de las familias que se acercan.
Agentes multiplicadores
Hoy, Nuestras Manos atiende un promedio de 60 situaciones, pero desde un comienzo sus integrantes entendieron que no podrían «atajar todas las situaciones». Después del primer año de funcionamiento, se encontraron con 200 consultas y llegaron a recepcionar unas 500. «No nos preocupa la cantidad sino la calidad. Al no tener un financiamiento estatal, todos los integrantes del equipo mantenemos nuestros trabajos para poder vivir, pero a la vez dedicamos mucho tiempo a la organización», describió.
Uno de los desafíos fue formar a referentes de la comunidad -aunque no fueran profesionales-. A partir del 2000, empezaron a dictar cursos de capacitación, se generaron materiales sencillos de formación para los líderes barriales en prevención de maltrato infantil, acoso escolar, bullying y violencia de género.
Por otro lado, se brindaron capacitaciones en colegios, se generó una red de articulación con otras organizaciones, como Infancia Robada en Corrientes, fundada por la religiosa Marta Pelloni o la Campaña Abolicionista Ni una mujer más víctima de las redes de prostitución.
«Damos capacitaciones en distintas partes del país donde nos convocan con la idea de que se puedan armar equipos que den respuestas en esas provincias. El objetivo es brindar herramientas en los territorios más alejados donde el nivel de violencia es más alto, está más invisibilizado y la gente tiene menos recursos. La virtualidad nos facilitó un montón: acorta distancias», admite.
Las redes sociales aumentaron la demanda
La masividad de las redes sociales facilitaron las búsquedas de ayuda. «Las situaciones no han cambiado; lo que hay es más demanda. Antes estaba más silenciado. Hoy se visibilizan más los abusos y más aún en los ámbitos populares. La gente en los barrios pide ayuda, se acerca a los dispositivos que están en los territorios. No van al estado porque hay desconfianza de la respuesta parcial que da. Hay que ir más allá de la denuncia: acompañar y brindar medidas de seguridad y respuestas de salud para las familias», indica.
Lamenta que, en los últimos cinco años, aumentaron los registros de casos de abusos sexuales a adolescentes cometidos por otros jóvenes. «Antes se veía como un mundo de chicos, como un juego. Hoy el nivel de consultas es tan alto que es preocupante y hay que dar respuestas a esos adolescentes. Hay mucho prejuicio. Como si dar respuesta a los adolescentes desde el ámbito científico no estuviera bien», señala.
Reconoce también que en este tiempo, los «primereó la realidad y amplió la agenda con casos tan dolorosos como extremos». Los integrantes de Nuestras Manos se toparon con el caso de «Marita» Verón, la joven de 23 años secuestrada en 2002 en Tucumán que habría sido víctima de una red de trata de mujeres.
«De golpe, nos encontramos con la situación de Marita Verón y nos acercamos porque entendíamos que era una forma de violencia que no conocíamos. Sí conocíamos la mal llamada prostitución infantil», admite y continúa: «Descubrimos un mundo de mujeres comprometidas luchando por acompañar a otras mujeres y nos comprometimos a trabajar en trata de personas».
Su organización participó del armado de la primera Ley de Trata e incluso avanzó en la investigación de la ruta de la trata de personas.
Salir de la cuestión burocrática
La organización no cuenta con financiamiento público y aseguran que es «por opción» ya que priorizan «una total autonomía». «Hacemos lo que podemos con lo que poco que tenemos. Tenemos gente que nos acompaña con su saber. Por eso, empezamos a articular con más organizaciones», reconoce.
Y considera que a diferencia del ámbito estatal, desde el espacio comunitario «hay más libertad de acción para meter energía en el acompañamiento. No hay cuestiones burocráticas y las respuestas son más rápidas».
No puede evitar mencionar el caso de un niño de 4 años que fue torturado, violado y asesinado por sus padres en el barrio de Constitución en Buenos Aires, donde lo enterraron. Dos hermanitos sobrevivieron y finalmente, fueron adoptados por una familia. «Pensamos que si ellos quisieran visitar la tumba de su hermano el día de mañana, lo pudieran hacer en un lugar que no les remitiera a lo que habían vivido. Desde el estado no nos daban financiamiento para pagar el nicho, había cientos de requerimientos judiciales. Decidimos hacer una ‘vaquita’ para que ese chiquito tuviera un lugar de descanso donde sus hermanos pudieran visitarlo», acota. También recuerda con tristeza que, en este caso, el estado ya había intervenido por violencia de esos padres.
«No es solo una cuestión de financiamiento sino de formación académica. En los hospitales hay gente muy valiosa, pero en salud mental la formación es arcaica. Hay pocos hospitales que, en salud mental, están acordes para atender los niveles de trauma que la gente lleva», advierte.
Modelos terapéuticos de avanzada
Lourdes destaca los modelos terapéuticos de avanzada, terapias centradas en trauma «de alto impacto a los que acceden muy pocos sectores».
La EMDR, una terapia de desensibilización y reprocesamiento por movimientos oculares, es una técnica de psicoterapia que utiliza movimientos oculares para tratar trastornos psicológicos. Se basa en la idea de que el sistema nervioso puede bloquearse cuando se viven experiencias traumáticas o estresantes. A través de esta terapia, se pueden desbloquear esos recuerdos y reanudar el proceso de curación.
En un documental, el príncipe Harry contó que esa terapia le permitió sobrellevar el trauma por la muerte de su madre, Lady Di. También una de las cantantes del grupo pop Spice Girls dijo que, de esa forma, logró superar su diagnóstico de Trastorno de Estrés Post-Traumático por la violencia doméstica que padeció con su exesposo.
Este modelo terapéutico cumplirá 40 años en 2027 y está basado en evidencia científica, aclara Lourdes, ya que se hicieron numerosos estudios en personas con estrés postraumático, problemas de adicciones y conductas violentas. Muchos de ellos, excombatientes de Vietnam y Malvinas.
«Se les hizo estudios de mapeo cerebral para evaluar el nivel de daño. Era impresionante el cambio en el funcionamiento del cerebro. Se llegó a la conclusión de que el tratamiento tenía que ver con el modelo y no con la medicación», puntualiza.
Admite que por su formación psicoanalítica, aún hoy le resulta «impactante»: «Ya en 2002 quise ver de qué se trataba. Tenía mucho prejuicio a la neurociencia, a lo médico. Hice un entrenamiento y fue impresionante lo que vi. Es un modelo que tiene mucho control porque es de alto impacto. Los entrenadores están supervisados. Por eso es costoso».
Nuestras Manos implementó esa terapia «en mujeres grandes que habían sufrido abusos de chicas en barrios populares y habían accedido a estas terapias. A un año de tratamiento, viven con alivio y sorpresa de que pudieron superar esos síntomas vinculados al terror».
Lourdes destaca que «cuando sufrimos una herida, queda como una huella en nuestros hemisferios cerebrales. Si la persona habla, eso puede aliviarse. Pero solo un poco. El EMDR permite estimular los hemisferios, de modo que eso que quedó grabado, se ordene y se ubique adaptativamente. Hay gente que lleva años de terapia por depresión, cuando quizás en 20 sesiones, puede dejar de sentir esa angustia. Entonces, ¿cómo es posible que no le demos esa oportunidad?».
Momento de transición
Después de 25 años, Lourdes considera necesario «un recambio generacional» de la organización que lidera. Aunque insiste en que seguirá acompañando.
«Mas allá de lo que uno ve, de un mundo en el que la violencia no cesa y pareciera incrementarse, también ve gente que se compromete y trata de aportar y dar respuestas», plantea. Por eso, siempre repite una frase del pedagogo brasileño, Paulo Freire, al sentir que la representa: «No soy esperanzado por pura terquedad, sino por imperativo existencial e histórico».
«Pese a tanta violencia, sufrimiento y la impotencia ante la limitada respuesta pública teniendo tantos recursos a su disposición, siento que estamos obligados a la esperanza. Me sostiene la esperanza, saber que podemos articular con otros y funcionar en red», concluye.