Sebastián Armenault tenía 48 años cuando cambió el traje y la corbata de un trabajo seguro por el pantalón corto, la remera y zapatillas con las que empezó a transitar su propósito de vida.
El ultramaratonista solidario cumplió con éxito un nuevo y exigente desafío en el Desierto de Namibia. Corrió 402 kilómetros bajo una temperatura de 48 grados durante diez días cargando una mochila de 12 kilos, con la comida, bolsa de dormir y el aislante. El sentido del esfuerzo es reconstruir la casa de Rosa y Luis, una pareja de Ingeniero Maschwitz -provincia de Buenos Aires- que tiene cinco hijos y perdieron todo en un incendio.
Sebastián es el autor de ‘Un kilómetro, una sonrisa’, una organización que le permitió unir dos pasiones: correr y ayudar. “Ver la sonrisa de una familia es mi premio”, define. Corrió más de 25 mil kilómetros desde el inicio de su proyecto y recaudó más de 280 millones de pesos.
Cada kilómetro que corre se transforma en donaciones para hospitales, merenderos, geriátricos y escuelas.
“Vengo del mundo del rugby y a los 40 años hice mis primeros dos kilómetros. En ese momento pensé que si podía hacer dos, podía más. El objetivo siempre fue superarme a mí mismo y a los 47 corrí los 170 kilómetros del Desierto de Oman”, contó. El paso siguiente de Sebastián fue juntarse con el presidenta de la empresa en la que trabajaba, con traje y corbata, para decirle que había encontrado su propósito y renunció.
Entre tantas competencias, recordó los 50 kilómetros en el Polo Sur, con 32 grados bajo cero. “Fue muy dura. También la que corrí en el Desierto de Oman porque teníamos 60 grados de día y -4 de noche. El cuerpo lo sufre mucho”, comentó.
El esfuerzo es inmenso pero la recompensa también. Cuando fue al Desierto de Uyuni en Bolivia llegó a un pueblo ubicado a 4.000 metros de altura y se encontró con un grupo de niños y niñas jugando. Pensó por qué no cambiarles el día y se acercó a la juguetería más cercana. Era muy precaria pero tenía lo necesario: autos y muñecas.
“Les hice el regalo y vi que uno de los chicos estaba especialmente feliz. Su madre se puso a llorar y le pregunté el motivo. Me dijo que era el cumpleaños de su hijo y que no habían podido comprarle un regalo. ¿Se necesita algo más?”, se preguntó.
En la competencia del Desierto del Sahara, el ganador se llevó 5.000 dólares de premio. “Yo llegué 793, entre los últimos, y doné 3 desfibriladores, tres electrocardiógrafos, 3 respiradores artificiales, 7500 kilos de cemento, zapatillas, leche en polvo, cereales, kits escolares. Una donación que representó 50 mil dólares”, destacó sobre la esencia de su iniciativa.
Para que Sebastián pueda cumplir con el objetivo solidario en cada desafío, es importante el involucramiento de empresas que traduzcan cada kilómetro en donaciones; “no apoyan al campeón del mundo, impulsan un mensaje”.
Su familia es clave para cumplir cada kilómetro solidario. A sus hijas Felicitas y Justina, de 29 y 26 años les costó entender el cambio. Después de renunciar a su trabajo, durante tres meses, se vestía con el traje, la corbata y las llevaba al colegio porque estaban preocupadas. Ahora comparten la experiencia y lo acompañan a los merenderos. Dice que le puede faltar cualquier cosa, “pero cada vez que me voy a un desafío, me llevo las dos cartas de ellas que leo antes de dormir. Son el motor de mi proyecto”.
Sebastian está convencido de que cuando tenes el foco puesto solo en el resultado dejas de conectarte con lo que sucede alrededor; por eso repite que “el resultado no es exigible. Sí la entrega, tu pasión y esfuerzo”.